El reto del calendario
Todo calendario tiene dos funciones tradicionales. En primer lugar, debe llevar la cuenta del tiempo a lo largo de periodos prolongados, permitiendo a la gente anticipar el ciclo de las estaciones y celebrar aniversarios religiosos o personales especiales. En segundo lugar, para ser útil a un gran número de personas, un calendario debe utilizar intervalos de tiempo naturales con los que todo el mundo esté de acuerdo: los definidos por los movimientos de la Tierra, la Luna y, a veces, incluso los planetas. Las unidades naturales de nuestro calendario son el dÃa, basado en el periodo de rotación de la Tierra; el mes, basado en el ciclo de las fases de la Luna (véase más adelante en este capÃtulo) alrededor de la Tierra; y el año, basado en el periodo de revolución de la Tierra alrededor del Sol. Las dificultades se deben a que estos tres periodos no son conmensurables; es una forma elegante de decir que uno no se divide por igual en ninguno de los otros.
El periodo de rotación de la Tierra es, por definición, de 1,0000 dÃas (y aquà se utiliza el dÃa solar, ya que es la base de la experiencia humana). El periodo que necesita la Luna para completar su ciclo de fases, llamado mes, es de 29,5306 dÃas. El perÃodo básico de revolución de la Tierra, llamado año tropical, es de 365,2422 dÃas. Las proporciones de estos números no son convenientes para los cálculos. Este es el reto histórico del calendario, tratado de diversas maneras por las distintas culturas.
Los primeros calendarios
Incluso las culturas más primitivas se preocupaban por el tiempo y el calendario. Algunos ejemplos interesantes son los monumentos dejados por los pueblos de la Edad del Bronce en el noroeste de Europa, especialmente en las Islas Británicas. El monumento mejor conservado es Stonehenge, a unos 13 kilómetros de Salisbury, en el suroeste de Inglaterra (figura 4.12). Se trata de un complejo conjunto de piedras, zanjas y agujeros dispuestos en cÃrculos concéntricos. La datación por carbono y otros estudios demuestran que Stonehenge se construyó durante tres periodos que oscilan entre 2800 y 1500 a.C. aproximadamente. Algunas de las piedras están alineadas con las direcciones del Sol y la Luna durante sus salidas y puestas en momentos crÃticos del año (como los solsticios de verano e invierno), y generalmente se cree que al menos una de las funciones del monumento estaba relacionada con el mantenimiento de un calendario.
Los mayas de América Central, que prosperaron hace más de mil años, también se preocupaban por el tiempo. Su calendario era tan sofisticado y quizá más complejo que los calendarios europeos contemporáneos. Los mayas no intentaban correlacionar su calendario con la duración del año o del mes lunar. Su calendario era más bien un sistema para registrar el paso de los dÃas y contar el tiempo en el pasado o en el futuro. Entre otras cosas, servÃa para predecir acontecimientos astronómicos, como la posición de Venus en el cielo (figura 4.13).
Los antiguos chinos desarrollaron un calendario especialmente complejo, limitado en gran medida a unos pocos astrónomos-astrólogos hereditarios privilegiados de la corte. Además de los movimientos de la Tierra y la Luna, fueron capaces de encajar el ciclo de aproximadamente 12 años de Júpiter, que era fundamental para su sistema de astrologÃa. Los chinos aún conservan algunos aspectos de este sistema en su ciclo de 12 "años" -el Año del Dragón, el Año del Cerdo, etc.- definidos por la posición de Júpiter en el zodÃaco.
Nuestro calendario occidental procede de una larga historia de cronometraje que se inicia con los sumerios, al menos en el segundo milenio antes de Cristo, y continúa con los egipcios y los griegos hacia el siglo VIII antes de Cristo. Estos calendarios condujeron, finalmente, al calendario juliano, introducido por Julio César, que aproximaba el año a 365,25 dÃas, bastante cerca del valor real de 365,2422. Los romanos lograron esta aproximación declarando que los años tenÃan 365 dÃas cada uno, con la excepción de uno de cada cuatro años. El año bisiesto debÃa tener un dÃa más, lo que elevaba su duración a 366 dÃas y hacÃa que la duración media del año en el calendario juliano fuera de 365,25 dÃas.
Con este calendario, los romanos habÃan abandonado la tarea casi imposible de intentar basar su calendario tanto en la Luna como en el Sol, aunque un vestigio de los antiguos sistemas lunares puede verse en el hecho de que nuestros meses tienen una duración media de unos 30 dÃas. Sin embargo, los calendarios lunares siguieron utilizándose en otras culturas, y los calendarios islámicos, por ejemplo, siguen siendo principalmente lunares en lugar de solares.
El calendario gregoriano
Aunque el calendario juliano (adoptado por la Iglesia cristiana primitiva) representaba un gran avance, su año medio seguÃa difiriendo del año verdadero en unos 11 minutos, una cantidad que se acumula a lo largo de los siglos hasta convertirse en un error apreciable. En 1582, esos 11 minutos por año se habÃan sumado hasta el punto de que el primer dÃa de primavera se producÃa el 11 de marzo, en lugar del 21 de marzo. Si la tendencia continuaba, la Pascua cristiana se celebrarÃa a principios del invierno. El Papa Gregorio XIII, contemporáneo de Galileo, consideró necesario instituir una nueva reforma del calendario.
La reforma del calendario gregoriano constó de dos etapas. En primer lugar, hubo que suprimir 10 dÃas del calendario para que el equinoccio de primavera volviera al 21 de marzo; por proclamación, el dÃa siguiente al 4 de octubre de 1582 pasó a ser el 15 de octubre. La segunda caracterÃstica del nuevo calendario gregoriano fue un cambio en la regla del año bisiesto, que hizo que la duración media del año se aproximara más al año tropical. Gregorio decretó que tres de cada cuatro años centenarios -todos los años bisiestos bajo el calendario juliano- serÃan en adelante años comunes. La regla era que sólo los años centenarios divisibles por 400 serÃan bisiestos. AsÃ, 1700, 1800 y 1900 -todos ellos divisibles por 4 pero no por 400- no eran bisiestos en el calendario gregoriano. En cambio, los años 1600 y 2000, ambos divisibles por 400, eran bisiestos. La duración media de este año gregoriano, 365,2425 dÃas solares medios, es correcta aproximadamente 1 dÃa en 3300 años.